el oasis
esta mañana, he estado pensando en el considerable número de horas de mi infancia que pasé jugando a los catetos. guardo todas las barajas de cartas que tuve alguna vez en las mismas cajas en las que también conservo mis juegos, juguetes, y muñecas, pero como no tengo tiempo para bajar al garaje y hacer un rato de arqueóloga, he buscado en Internet una reproducción de una baraja que fue muy popular en los ochenta: "Parejas del Mundo".
creo que la dueña de esta baraja de catetos no era yo, sino uno de mis primos de La Florida. allí era donde yo pasaba más tiempo jugando a estas cosas, siempre que hiciera malo y no se pudiera salir de casa y trotar por el pueblo, por la mina y por el monte. recuerdo que también jugábamos al guá, a las canicas, a las chapas con ciclistas (la estrella era Bernard Hinault), a hacer casetas con palos, a disfrazarnos con la ropa vieja que guardaba mi abuela, a preparar untos y mejunges con todo tipo de plantas,...
conservo un par de cartillas de cuentas del economato de la antigua mina con anotaciones que me recuerdan lo turuleta que me volvían mis propias imaginaciones: una está llena de "recetas" de los potingues que elaboraba en el garaje de mi abuela con mis primos. el otro es un tratado de espionaje lleno de claves, códigos y reglas de comportamiento. lo de jugar a los espías nos había dado fuerte después de leer un librito que mi tía le había regalado a mi primo. antes de ser arqueóloga me dedicaba a enterrar tesorillos. a los lugares en los que ocultábamos el tesoro les llamábamos "buzones", a los que dejaban el tesoro en ellos "correos", y con los mensajitos de papel en clave nos pasábamos la información sobre el lugar en el que lo habíamos enterrado todo. ese "todo" solían ser anillos, pulseras o collares de baratija que nos daban mis tías y mis primas adolescentes. a veces, también los de plástico que nos compraban en las romerías de pueblo a las niñas.¡la de cosas que habré dejado en troncos de árboles, en pequeñas cistas de piedra, y en los muros de piedra del pueblo de mi abuela! (¿habré llegado a crear un futuro problema arqueológico?)
con esto de los espías también enredé durante un tiempo a algunas niñas y niños de mi clase, eso hasta el día en que la señorita supo de dónde venían nuestros piques y nuestra división en grupetes. a partir de ahí nos confiscó los anillos de colores que nos habíamos hecho con los sobrantes de los cables de la nueva instalación de la luz del barrio (cada color tenía un significado en nuestro sistema de claves) -pero no todos, que yo todavía guardo parte de mi kit-, y nos conminó a jugar a la goma y a la comba como de costumbre. anclas, clas, petanclas, clas, azules les, y blancas, cas. y Ara de nuevo sentada y tranquilita en los recreos, mirando como los demás corrían y saltaban.
la baraja de Parejas del Mundo -que es a lo que yo iba- tenía varias familias: tiroleses, bantúes, indios, chinos, esquimales y mexicanos.
y árabes, que es la que he puesto en la imagen.
ha pasado mucho tiempo desde entonces, y ha sido estupendo volver a ver al abuelete que fuma en el narguile, a la nieta que baila mientras el nieto toca el bendir, a la madre que recoge agua del río, al padre que posa orgulloso con su caballo, y a la abuela que ordeña una cabrita seguramente para preparar leben.
la infancia es este oasis, ¿que no?
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